No por accidente, los fundamentos económicos emanados de los acuerdos de Bretton Woods en 1944 (“época dorada” del capitalismo denominado de bienestar, y período de creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, prestamistas y formateadores político-económicos de los países dependientes), terminaron ante la crisis de la convertibilidad del dólar en oro en 1973. En Chile, con más de 10 años de anticipación, se impuso a sangre y fuego el paradigma neoliberal consolidado mediante el Consenso de Washington, que en sus claves nucleares instaló la liberalización del comercio internacional asimétrico, las privatizaciones de los recursos de propiedad estatal y social, y la financiarización de los derechos conquistados en el período anterior. El deseo devorador del capital y su movimiento creciente, expansivo y productor de desigualdades se sintetiza hoy, como nunca, en la hegemonía del capital financiero imperialista, transnacionalizado, monopólico y especulativo. Ante la descompensación de fuerzas entre el capital y el trabajo a favor del primero, el Estado de bienestar se convierte en pieza de museo y gobierna por medio de la versión más brutal y radicalizada del capitalismo que garantiza –a costa de humanidad y naturaleza- la ganancia demandada por la minoría dueña de todo.
2. Después de 35 años del fin de la experiencia trágica y luminosa de la “vía chilena al socialismo”, el país es administrado por los intereses del gran capital, bajo la hegemonía inhumana de las relaciones económicas, políticas, culturales, simbólicas y sociales del fetiche de la mercancía y la supuesta teoría del libre mercado (que en la práctica, promueve los oligopolios, la concentración de la riqueza y osifica la desigualdad de clases y la dependencia del capital financiero y especulativo). El pacto interburgués que puso término a la dictadura militar y abrió el actual período de gobiernos civiles, ha mantenido intactos los resortes profundos de los intereses del capital y su dinámica antipopular. Gobierno tras gobierno, la Concertación, primero acudiendo al temor de los cuartelazos, y luego actuando francamente desde el acomodo y la conveniencia, ha consolidado una sociedad estamental, sin derechos sociales asegurados para las grandes mayorías, y ha terminado de desmantelar y vender a privados las rémoras de la propiedad estatal. De esta manera, los gobiernos concertacionistas –cuya confianza la burguesía, recién a casi 20 años de elecciones, comienza a relativizar- han prometido cambios pro populares reiteradamente incumplidos; impedido la organización de los trabajadores y el pueblo; y castigado cualquier asomo de cabeza de los de abajo, muertos mediante. El Estado subsidiario, tutelado transitoriamente por la Concertación, ha reducido su “vocación popular” a insuficientes programas sociales, mientras en la realidad dominante ofrece señales de descomposición, envejecimiento de horizonte de sentido (si es que lo tuvo, más allá de la buena publicidad de los primeros años), corrupción, reformas aparentes, alienación, desastres en el ámbito educacional, sanitario y medioambiental, precariedad y pésimo pago del empleo; pan caro y mal circo.
De este modo, Chile padece la mutación y extinción del Estado tal como se conoció hasta 1973. El aparato fiscal, históricamente de contenido burgués, actualmente se expresa anémicamente en su peso burocrático, poderosamente en su papel militar, y defensor a ultranza de la propiedad privada en materia jurídica. ¿Qué puede ofrecer como objeto de demanda un Estado impotente, enrejado en las tramas de la subordinación del gran capital? ¿Qué más recursos le quedan a un Fisco, sino los ahorros millonarios devenidos del alza provisional del precio del cobre? Hoy el Estado parece ser una caja fuerte repleta de dólares para la contención parcial de eventuales conflictos sociales (Transantiago, Fondo de Estabilización del Precio Petróleo, bonos miseria) y útil como aval de los poderosos en aprietos; tiene el monopolio de la fuerza militar; es el guardia privado de la burguesía; y sostiene un parlamento monocorde y legitimador del poder de los privilegiados. La extraña transparencia sin contradicciones del rol del Estado chileno en una sociedad de clases, mandata la reconstrucción de las fuerzas anticapitalistas al calor de la lucha entre capital y trabajo, en sus maneras más desnudas, multidimensionales y originarias.
3. Las cifras oficiales de 2008 hablan que el promedio de los trabajadores gasta más de lo que gana y adeuda un año de salario; menos de la mitad de la fuerza laboral está contratada; apenas un 8,7 % puede negociar colectivamente (independientemente de los resultados de los convenios); el desempleo se empina sobre el 8 % a nivel nacional; la inflación para el 40 % más pobre está en un 20 %; la pobreza es femenina y juvenil; el subcontratismo y la precariedad laboral campean y el descrédito del sistema político supera el 50 %. Asimismo, la desaceleración económica producto de la crisis cíclica del capital financiero parasitario y del alza estructural de los precios de los alimentos y la energía, destruyen el poder adquisitivo de las remuneraciones, mientras el Banco Central aumenta las tasas de interés para paliar la inflación a costa de las grandes mayorías. Las proyecciones del Ministerio de Hacienda en materia de crecimiento varían a la baja en tanto pasan las semanas. Al respecto, el país crecerá alrededor de un 4 %, el número más bajo de la región.
4. Como resulta histórico –salvando algunas nuevas maneras-, los dispositivos materiales que reproducen el sostén cultural de la alienación requerida por el capital se encuentra en la escuela, el ejército, la iglesia, la empresa, el relato político dominante y el control monopólico de la clase en el poder de los medios de comunicación de masas (en especial, de la televisión). En su conjunto, los dispositivos de la alienación propalan la resignación, la igualación del consumo a la felicidad, la fatalidad del actual orden de cosas, el temor, la espectacularización de los acontecimientos y sus personajes, el espejismo de la enseñanza formal como palanca social, los metadiscursos para especialistas, la mala conciencia, la participación bajo control e irrelevante, el analfabetismo funcional, el consenso como imposición vertical, la lumpenización de las relaciones sociales, la idiotez indolente y el egoísmo.
5. Históricamente, las posibilidades de la construcción de la hegemonía de los intereses de los trabajadores y el pueblo están ligadas a las luchas concretas contra las relaciones de dominación, el capital y los patrones; la alfabetización política; la arquitectura sincrética, mestiza, creativa, cultural y simbólica devenida de las necesidades y experiencias concretas propias de las grandes mayorías; la religión liberadora; la ética insobornable; la solidaridad; la dignificación de los contenidos y formas genuinas de las clases dominadas; y la edificación incesante del malestar colectivo frente a los privilegios de la minoría en el poder.
6. Pero “¿De dónde saldrá el martillo, verdugo de esta cadena?”. Sobre todo de los trabajadores precarizados y tercerizados del conjunto de las áreas económicas; de los jóvenes excluidos; de los estudiantes arrojados al mal empleo y la expoliación; de las mujeres; de los mapuche cuya pelea rime con la de los mestizos castigados; de los ecologistas auténticos cuyas luchas se contraponen al capital; de los intelectuales críticos; de los artistas incómodos; de los sexualmente marginados; del pueblo profundo que advierte su desgracia como potencia y necesidad liberadora. Y de los militantes populares provenientes de esas fuentes. De la memoria y la recreación de la convicción de poder.
En este sentido, la independencia política de los intereses de los trabajadores y el pueblo es el eje determinante a la hora de recomponer las fuerzas y el proyecto emancipador de los de abajo. De no cautelar con celo metálico este principio, se corre el riesgo alto de, al igual que bajo la dictadura pinochetista, de entregar la hegemonía política a fracciones sociales formalmente democráticas y pro populares, pero incapacitadas para transformar el orden estructural de las cosas. De ganar el empresario derechista Sebastián Piñera las elecciones presidenciales de fines de 2009, los cuadros de la Concertación deberán aterrizar –al menos en algún porcentaje significativo- al territorio popular que abandonaron hace 20 años. Al respecto, sólo la convicción y madurez política de las agrupaciones anticapitalistas estarán en condiciones de jugarse políticamente en la disputa. Y toda política de alianzas debe conducirse sobre esta matriz.
La diáspora de los empeños políticos anticapitalistas e inspiración emancipadora deben abandonar la autoreferencia infructuosa, cobrar fuerzas e incorporarse desde el seno mismo de las luchas concretas de los trabajadores y el pueblo.. De lo contrario, simplemente, no existe sintonía entre el empeño político y los intereses, modos, ritmos y expresiones mixtas del pueblo, y se corre rápidamente hacia el encapsulamiento sin porvenir. En el mejor de los casos, sus ilustraciones propagandísticas se convierten en puro lema estrategista, deseo o máxima edificante, pero jamás en comunicación o política justa para el período. Lo que sí tiene sentido es la promoción popular de la lucha directa y llana contra los enclaves patronales, donde, de algún modo, se produce la mayor densidad de lucha de clases.
En el actual período, los trabajadores y el pueblo están recién comenzando un nuevo ciclo de luchas sociales, el cual, si supera su fragilidad sensible, puede aspirar a sostenerse sobre dos pies. La frecuencia de la lucha, la urgencia de victorias parciales, el aumento de su tonelaje, junto a la recomposición de los embriones aspirantes a compartir la conducción política, al menos, territorial y sectorial, son las condiciones para la multiplicación y reunión de las fuerzas anticapitalistas. La incipiente organización del o los futuros destacamentos orgánicos y políticos de los intereses de los trabajadores y el pueblo serán fruto de la lucha de clases, su naturaleza, composición, maneras nuevas y continuidad liberadora. Más allá de los segmentos sociales ordenadores, los sujetos centrales y las formas de lucha adecuadas al estadio potencial de los de abajo, hoy debe abrazarse toda lucha que atente contra el imperio del capital. La cualidad del conflicto no es escindible de sus posibilidades de futuro multiplicado.
7. De cara a la actual coyuntura, entregada la lectura sobre la naturaleza del Estado chileno y sus extensiones, se advierte la debilidad menos que relativa del cuerpo legislativo, la realidad tangible de habitar una democracia sin pueblo y oligárquica (como condición sin la cual el capital no podría gozar de las tasas de ganancia que luce, ni la burguesía podría llevar un tren de vida primermundista a expensas de la sobrevida de la mayoría) y, por tanto, el papel probadamente adjetivo que comporta la participación en las elecciones de los poderosos. Los empeños anticapitalistas no pueden desdeñar por principio ningún modo de lucha, aunque sea en el ámbito testimonial de un parlamento sin fueros y reflejo fiel de la hegemonía de los intereses de la burguesía. Pero las iniciativas capilares de los empeños anticapitalistas diseminados deben reconcentrase en la formulación de las fuerzas populares por abajo. Aun para aquellos que todavía consideran que es posible reeditar una experiencia meridianamente parecida a la Unidad Popular de 1970, como para quienes apuran su cabeza, manos y corazón en la transformación integral de la sociedad, no esquivan el poder como objetivo, y comprenden la política emancipadora como un conjunto complejo de construcción de fuerzas, incluso más allá de las fronteras acotadas que enjaula el concepto de país en la era de la mundialización del devenir en todas las esferas del quehacer humano.
Andrés Figueroa Cornejo
Miembro del Polo de Trabajador@s por el Socialismo
Julio de 2008